lunes, 21 de marzo de 2016

NACEMOS MUERTOS

Nacemos muertos. Con fecha de caducidad y día de entrega. Nacemos sin memoria. Y cuando aprendemos, solo sabemos olvidar.

Lloramos cuando escuchamos música porque la desaparición del sonido y el momento presente nos recuerda lo doloroso de la inexistencia. Escuchen música a menudo. Acuérdense de que un día no estarán aquí. Que junto a todo lo que han sido, su único destino será la desaparición, la inexistencia. No se preocupen por la hora, pues es una cita a la que nadie llega tarde. De hecho, la mayoría llegamos pronto, y el que siente que no llega, se coge un billete express desde la azotea.

Quizá, lo injusto de la muerte es el momento en el que nos alcanza. A algunos más a deshora que otros. Decía algún poeta que la muerte es necesaria, para dejar espacio a los que vienen. Pero la injusticia se extrema al ver morir a los que venían.

Lo es, si. Como es injusto vivir sin haber escuchado a los pájaros, o sin haber visto como cambiaba el color blanco de una pared, o como la luz del sol atravesaba las nubes. Es injusto tener el presente delante y desaprovecharlo, como es injusto que la distancia se convierta de lejana a insalvable. Es injusta la temporalidad. Es injusto que el presente solo dure un momento. Es injusto que la vida sea un viaje de un único sentido y no haya manera de ir hacia atrás.

Es injusto ver nubes tapando el sol. Es injusto que solo los más pacientes vayan a verlas desvelar la magia que guardan tras ellas. Pero más injusto todavía es que solo unos pocos sepan apreciar la belleza de esas nubes, pues todos anhelamos ver el sol. Injusto es también que las nubes no permitan disfrutar de las nubes.

Pero así somos. Así es el ser humano que se necesita el uno del otro. Así son los pedazos de alma que se arrancan de manera injusta. Sin avisar. Como quien vuelve a casa y observa que se ha equivocado de portal. O como quien se queda en cerrado en un cuarto de baño a la hora de la conferencia, siendo él el ponente. Es injusto que la naturaleza humana nos tenga encerrados en este rincón de irrealidad temporal al que llamamos vida. Pero lo más injusto aún es no saber apreciar que la vida es un duelo continuo. Un duelo de momentos que perecen, un duelo de ideas que, por no haber sido escritas caen en el pozo de los que se van cuando venían. Tanto futuro arrastrado por sus manos pálidas. Las manos del sueño, las de los despertares de las siestas de dos horas. Las garras de una muerte que no se aplaza.

Escuchen música y aprecien el momento presente desaparecer. Pues hasta el más grande de los dolores pasa. Incluso siendo el dolor más grande el de la vida; y no el de la muerte, como se pensaba.

Aprecien el regalo del instante presente. El regalo que es cada segundo. Cierren los ojos, deténganse a saborear los sonidos. A sentir como la boca se les seca al inspirar. Y lloren. Lloren mucho. Lloren mucho cada vez que se sepan muertos. Lloren cada vez que sientan que su vida ha sido un préstamo sin intereses, pero con fecha de entrega; un regalo con fecha de caducidad. Su vida, y la de todos.

Mueran a propósito. Mueran en silencio. Mueran sentados en su habitación, o en un parque escuchando a los niños. Mueran y lloren. Mueran hasta estar muertos. Mueran hasta quedar vacíos. No tengan miedo a morir. No tengan miedo a tener miedo.  No tengan miedo a saberse muertos.


Cuándo estén muertos del todo, entonces abran los ojos. Ábranlos de nuevo, y aprecien el hueco que la tristeza les ha dejado en el pecho. Un hueco en el que puedan empezar a verter amor, a germinar felicidad. Un hueco que no puede ser llenado por completo si nos seguimos aferrando al dolor. Un dolor que solo se libera con lagrimas de rabia y desesperanza. Unas lágrimas que abrasan como hielo. El mismo hielo que forma el estanque congelado en el que a veces nos convertimos. Dejen que el hielo queme, que queme mucho, y que queme más. Dejen que abrase hasta que aparezca el fuego. Y que sea ese fuego el que empiece a caldear el agua. Un agua que solo será purificadora cuando el amor actúe como un antibiótico de recuerdos. No tomen pastillas, respiren silencio.


Ese día, vuelvan a escuchar música. Y entonces amen.

2 comentarios:

  1. Nacemos más vivos que nunca, que tengamos una fecha de caducidad no significa que nazcamos muertos. Muerte es lo contrario del nacimiento, no de la vida. La vida no tiene un contrario.
    Dices que no tengamos miedo a morir en cada momento, yo deseo que el ser humano no tenga miedo de nacer en cada momento. Ser un ser naciente.
    También creo que el ser humano nace con cierta memoria, esa memoria ancestral que habita en nuestro ADN, la memoria de lo vivido por otros. Nosotros podemos recordar estas "otras" vivencias con nuestro cuerpo y danzarlas con la tierra, como lo hizo Kazuo Ohno.

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  2. Johnathan Martineau tiene un trabajo muy interesante que estudia estos temas y otros muchos. A mi me ayudó a profundizar más en la danza butoh. Es muy extenso pero puedes echar un vistazo a algunos capítulos y, quién sabe, si te interesa leer el trabajo completo.
    https://butosofia.files.wordpress.com/2014/01/tesis.pdf

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